lunes, 3 de junio de 2013

LA TESTARUDEZ

Por: Javier Lugo



Seguramente has de conocer gente testaruda, obstinada... O quizás sea ése o a esa a quien ves en el espejo a diario. (¡A mi me sucede!) Sucede que, así como la flexibilidad física es propia de la juventud, con frecuencia la flexibilidad interna es un atributo de la madurez, luego de que uno empieza a ejercer espontáneamente lo que los tibetanos llaman “mente cuestionadora”: indagarnos a nosotros mismos para poder descartar aquellas creencias y puntos de vista que uno haya tomado como “la Verdad", y que hayamos constatado como estrechos o errados. Y descartarlos aunque por largo tiempo nos hayan sido muy preciados!. Lao Tsé dijo “La flexibilidad es la vida, la rigidez es la muerte”: cultivar una mente flexible como un junco...

Es posible que quien tienda a ser lúcido haya estructurado su terquedad en su juventud, simplemente como medio de supervivencia, para no ser arrasado por la sociedad exigente, y por lo que le han inculcado desde rancias creencias a veces heredadas en la familia o aprendidas en la sociedad donde se desenvuelve... Así, en la juventud uno se aferra a sus ideas propias, para protegerse de ser intoxicado por las ajenas y eso se proyecta en el resto de la vida.

“Obstinado” significa, etimológicamente, eso: “aferrado, agarrado”. En la medida en que maduramos y confiamos más en quienes somos, podemos poner en tela de juicio esas “ideas propias” para entonces soltar las que se hayan vuelto un obstáculo en la búsqueda de la verdad.

“Testarudo” nace de la misma raíz que “atestar” = “llenar una cosa hueca (tiesto) apretando lo que se mete en ella para que quepa”. Pero si testarudamente nos aferramos a ideas viejas y disfuncionales, lo nuevo no encuentra el vacío necesario para refrescar nuestra mirada sobre nosotros mismos y sobre la realidad.

Dejar de ser testarudo será limpiar nuestro propio recipiente interno de aquellas ideas que nunca nos hemos cuestionado, y que, sigilosamente, se han instalado en el trono que habría correspondido a la Verdad, gobernando desde allí, peligrosamente, nuestra vida... Este cuento hindú nos lo advierte:

Un viajero que recorría la India y que se definía a sí mismo como “buscador de la Verdad” encontró a un anciano serenamente sentado bajo un árbol, tallando una flauta. Le habían dicho que ése era el más sabio de la comarca. Se le acercó y, pidiéndole permiso para hacerle una pregunta, le dijo: “Señor, ¿cómo puedo llegar a la Verdad?”

El viejo sonrió y, sin dejar de hacer su tarea, le dijo, luego de un largo silencio: “Si lo que buscas es realmente la Verdad, hay algo que es indispensable que ejerzas por encima de todo...”

El viajero, presa de su propia ansiedad, interrumpió al anciano: “Sí, ya sé: una irresistible pasión por ella.”
El anciano hizo otro largo silencio, y allí arrojó su última frase al ansioso viajero: “No: una incesante disposición a reconocer que puedes estar equivocado.”

¿Se puede cambiar ese rasgo de la personalidad llamado TESTARUDEZ?

Por supuesto que si... Es cuestion de actitud, disposición y humildad.

- "Yo es que soy muy testarudo. Siempre pretendo llevar la razón" – me dijo una persona después de un largo diálogo.
- "¿Te gusta ser testarudo?" – le pregunté entonces.
- "No"
- "¿Y por qué no cambias si te ha dado tantos problemas?"
- "Soy así. Ya no puedo cambiarlo"

Me quedé con esto último: “Soy así. Ya no puedo cambiarlo”.
Me dispuse a desmenuzar aquellas dos frases: “Soy así”. En el contexto de la conversación aquella frase no se refería a ningún rasgo físico inalterable (el que es moreno, es moreno; al que le falta una pierna, le falta una pierna; etc.), sino a un rasgo concreto de su personalidad. No existe, que yo sepa, ningún gen que determine nuestro grado de “testarudez”, sino que lo adquirimos en la juventud y afianzamos con el paso del tiempo.

Así pues, con ese “soy así” me dio a entender que:
a) Se conocía a sí mismo a la perfección, o al menos…:
b) …había asumido ese rasgo de su personalidad como defecto.
c) Se creía incapaz de cambiar dicho rasgo.

En su segunda frase, “Ya no puedo cambiarlo”, hubo algo que llamó poderosamente mi atención. No dijo “Yo no puedo cambiarlo”, o simplemente “No puedo cambiarlo”, sino que usó un “Ya” de inicio. Y en ese “Ya” se encontraba la clave. Se sentía mayor para cambiar de actitud (aunque apenas rondara los 35 años), o bien presuponía que su entorno no alcanzaría a entender o a asumir un cambio por su parte. Si dejara de ser testarudo, por ejemplo, con su mujer, después de años de relación, aquella se escamaría generando un desconcierto difícil de justificar (¿a qué viene un cambio de actitud tras años de constante actitud testaruda?). O pudiera ser que ese “Ya” en realidad dijera que su vida es lineal desde hace tiempo, siempre la misma, sin altibajos, y que no necesita sorprender a nadie mediante cambios o mejoras de actitud por su parte. Quizás se tratara de un hombre derrotado por la rutina, o que ya ha asumido su función en esta vida, con sus virtudes y sus defectos, y no necesita atraer a nadie más que a los que ya le conocen y quieren. No sé.

Los cambios se producen cuando se dejan a un lado los prejuicios, se asume con humildad los propios defectos y con actitud se elije comenzar a cambiar y hacerlo realidad en lo concreto, en lo cotidiano, en pequeños detalles, en pequeños gestos, que sumados todos se obra ese gran cambio para nuestro bien... ¿Tú qué opinas?